Páginas

domingo, 29 de enero de 2012

La tortuga

Un día una tortuga, a la que llamaremos Ramona, se enredó en algo que ni ella misma intuía adónde le podía llevar. Quizá lo hizo llevada por un impulso desmedido, puede que sólo fuese para impresionar, pero de repente se vio metida en una historia que recordará mucho tiempo, aunque suene paradójico.
Por todos era conocida la afición de Ramona a las charlas con sus amigos, entre los que destacaban algunos filósofos de la escuela eleática. Parménides le había impresionado desde muy niña, pero su amor por Zenón por todos era conocido. Ramona, escuchando a Zenón, se sentía fluir en el Universo, chocando con, las que le parecían, ideas absurdas de Heraclito. Pero su fluir era diferente ya que no implicaba movimiento, lo cual para una tortuga era un gran alivio. Quizá esa fue la razón por la que se enamorase del de Elea.


Aquiles y la tortuga (Takeshi Kitano 2008)


Como todas las historias de amor, ésta tenía que torcerse. Y eso ocurrió el día que Zenón le pidió un favor. Debía aceptar el reto que le lanzaría Aquiles para ver quién de los dos llegaba antes en una carrera en que la tortuga dispondría de una ventaja de la mitad del recorrido. La gravedad y hermosura de su voz le recordaba la de Cortázar, y eso fue suficiente para que no prestase atención al contenido de sus palabras:
-Ramona, no debes preocuparte, el movimiento y la diversidad llevan a paradojas ciertamente lógicas, llegando a ser en un momento dado un conjunto de enigmas intelectuales. Aquiles no será capaz de alcanzarte, por más que lo intentará siempre se verá superado por tus cortos pero infinitos pasos.
Tampoco la evidencia del estudio del cálculo infinitesimal, llevada a cabo por Newton y Leibniz, fue un argumento suficiente para que esa mañana se quedase en la cama durmiendo en vez de asistir al lugar en el que se iba a llevar a cabo la carrera.
Las apuestas no preveían que el resultado de la competición se pudiese decantar del lado de Ramona. Y la moral de ésta iba poco a poco desvaneciéndose. Más si tenemos en cuenta que grandes estudiosos de las aporías de Zenón, como eran Lewis Carroll, J.L.Borges o Bertrand Rusell, no daban un duro por la victoria de la tortuga.
-No confíes en que te salga barba esperando a Aquiles- le dijo Rusell con una sonrisa cínica.
De esta forma Ramona se colocó en mitad del recorrido y fue Alicia la encargada de dar la salida a esa desequilibrada carrera. Ramona tenía claro qué era lo que iba a ocurrir. Cuando Aquiles llegase al lugar en el que ella se encontraba al inicio, ya no estaría allí, sino un poco más adelante. Entonces él volvería a dirigirse hacia ella, pero cuando volviese a llegar, ella tampoco se encontraría en ese lugar, sino un poco más adelante. Y así sucesivamente hasta el infinito o la detención de ambos. O sea sólo existían dos posibilidades: O Ramona ganaba la carrera o ésta se declaraba nula.
El pitido dio lugar al comienzo de la competición y los ojos y el cuello de Ramona parecían salirse del caparazón conforme veían a Aquiles acercarse a toda velocidad. En un periquete se encontró en mitad del recorrido y ella, que sólo estaba unos metros por delante, comenzó a dudar de las enseñanzas de su amado maestro. Intentaba no mirar hacia atrás, pero eso era imposible. Aquiles en dos zancadas volvió a plantarse en el lugar que ella acababa de abandonar. Su respiración era entrecortada y sentía el aliento de él sobre su caparazón. No quiso girarse e intentó hacer aquello que no sabía que era ir más rápido. Nunca debí fiarme de un charlatán inventor de la dialéctica- decía mientras veía cómo Aquiles la adelantaba y se plantaba en la meta ante el aplauso de los filósofos materialistas y de los discípulos de Heraclito.
Ramona abandonó las enseñanzas de Zenón, a partir de ese día decidió escucharse más a ella misma y no tanto a aquellos que le decían cómo debían ser y hacerse las cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Etiquetas