Páginas

domingo, 25 de septiembre de 2016

¡Hola, qué tal!

Me duelen los tobillos, son los tendones. 
Hace un mes me rompieron una costilla; en todo este tiempo no he conseguido dormir dos horas seguidas.
Mis padres cumplen las bodas de oro, empeñándose en celebrar.
El fin de mes es un latigazo, como la bomba de vacío que me succiona la médula que las hernias disparan. ¡Bang!, me parece escuchar cuando suena el teléfono y el casero me amenaza antes de decir ¡hola, qué tal!
¡Hola, qué tal! No es tan complicado.
En el supermercado, ¡hola, qué tal!, she says, y le pago. Pago hasta el último céntimo.
En el bar, ¡hola, qué tal!, she says. Deposito tres monedas sobre la barra y me despido con una sonrisa.
Cincuenta años casados son muchos. Toda la familia entorno a una mesa llena de comida. La mitad de ella sobra.
Sonrisas con miradas de reojo, ¡hola, qué tal!, she says, avergonzada mientras recibe cada uno de los regalos y repite que no era necesario. Muy agradecido.
El vino está fresco, el cielo oscuro, el ambiente con música de. 
Acero.
En el baño una máquina te limpia los zapatos, ¡hola, qué tal!, she says. No quiero café, me sienta mal. Las uñas de los pies brillan.
Existen diferentes formas de alcanzar la vejez —el hermano de mi padre es más joven, no lo parece—, también de convivir con ella. Ser viejo sale caro. En ocasiones muy caro.
Mi suegro tiene el hombro roto, pensé en escribir que tenía el hombre roto. Es así. A todos se nos rompe el hombre en alguna ocasión.
Un gintonic, por favor. Resulta necesario mantener la educación, no sólo al despedirse. Es una cuestión de respeto. Es imprescindible que el casero me respete. No puede presentarse en su casa, por muy suya que sea, para salirse con la. Estoy cansado y tengo resaca. No estaría de más que dijese ¡hola, qué tal!, cuando me llama por teléfono. El interfono no funciona. ¡Hola, qué tal!


Etiquetas