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viernes, 27 de abril de 2012

Aquí estoy flotando

No me es difícil evadirme de este Mundo en mi particular nave espacial, alejarme a gran velocidad viendo empequeñecerse todo aquello que me rodea, abandonar esta jaula.

He leído que esta sensación acompaña a los astronautas, que se han embarcado en una misión espacial, durante toda su vida, pero eso no me deja más tranquilo porque yo no lo soy.

Me hubiera gustado serlo…

Pero a diferencia de ellos no hubiese vuelto. No puedo imaginar un final más tranquilo que desvanecerme en quarks sobre la visión de nuestro entristecido planeta.


Here am I floating round my tin can
Far above the moon
Planet earth is blue
And there's nothing I can do.
(space oddity, David Bowie)

domingo, 22 de abril de 2012

Y al amanecer

Todos las noches nos llamaba con cualquier excusa, aunque debería decir me llamaba. Siempre a la misma hora cuando oíamos la sirena con su wau, wau, nos poníamos en pie, bajábamos por la barra brillante, subíamos a la furgoneta y de camino a su casa nos ajustábamos el uniforme y el casco. Sabíamos lo que nos esperaba, pero era nuestra obligación. Parábamos el vehículo frente a su portal y accedíamos a su domicilio llamando previamente. Ella nos estaba esperando, nos hacia pasar a la cocina y comenzaba a aspirar el aire poniéndose la mano en la nariz y haciendo gestos de mareo. Mientras cerrábamos el mando de la encimera nos iba recordando, todos los días igual, la falta que le hacía su marido, lo sola que se encuentraba, lo mal que hacía las cosas, etc. Abriamos la ventana de la cocina y la puerta de la calle para que la corriente de aire se llevase el olor dulzón del butano. Ella nos miraba con lagrimas en los ojos, nos suplicaba que nos quedasemos un rato a su lado, que la acompañasemos mientras se tomaba un café. Le contestábamos la misma rutinaria frase todas las noches: los bomberos no estamos para eso, señora. Con gusto me quedaría escuchando sus quejas, y ella lo ve en mi mirada cada día. Nos acompaña hasta la salida cogida a su muleta y a mi brazo. Me lo aprieta con toda su fuerza para que sienta su necesidad, me quedaría, finalmente me despide por mi nombre secándose con un pañuelo las lagrimas que todas las noches derrama, me quedaría. Hoy todo ha sido diferente, la sirena se ha quedado muda a la hora en la que solía reclamarnos. Era un silencio sonoro, como el de Camarón, que me inquietaba bastante más de lo que había imaginado. Pese a haber deseado que este día llegase, ahora que lo tenía delante, no sabía comportarme con normalidad. Me fui directo al despacho del jefe de unidad con la intención de convencerle para que fuésemos a ver a la mujer. Me contestó lo mismo que, día tras día, le decía a ella, con el mismo tono grave y porte mayestático: ¿crees que los bomberos estamos para eso? Deseaba que acabara mi turno para presentarme allí. Fueron unas horas interminables. Me negué a jugar a cartas con mis compañeros, mostrando mi enfado e indignación por el acto que estábamos cometiendo. Finalmente amaneció. Dejo mi moto, sin candar, frente a su edificio y subo los escalones de dos en dos. En un momento estoy frente a su puerta que se encuentra abierta. Me dirijo directamente a la cocina. Al pasar por el comedor no puedo dejar de mirar la foto familiar de la comunión de su único hijo. Ella, su marido y el diminuto chico vestido de marinero con el pelo peinado con raya al lado. Con esa imagen en la mente abro la puerta de la cocina que se encontraba entornada y me encuentro a la anciana sentada frente a un café con leche. El olor es insoportable. Cierro la llave de paso y abro la ventana, como todos los días. Cojo su mano rígida y fría y esta vez es a mí a quien le caen dos lagrimas al mismo tiempo que le pregunto en voz alta: ¿Por qué no me llamaste como cada noche?, mamá

miércoles, 18 de abril de 2012

Hoy he soñado...

Hoy me he despertado con la intención de cumplir algo que llevo soñando hace mucho tiempo. Me siento más animado que nunca. Literalmente salto de la cama y me coloco frente al armario ropero para decidir qué indumentaria es la más apropiada para la ocasión. No suelo levantarme de esta forma, por lo que hasta yo mismo me encuentro sorprendido. Al mirar dentro del armario no dudo ni un instante. Elijo unos pantalones grises, una camiseta también gris que marca claramente mis nada estilizados michelines, una americana negra con chaleco a juego, botas azules oscuras con guantes y gorro del mismo tejido y color. Necesito algo rojo que combine, así que me enrollo un pañuelo alrededor del cuello dejando caer sus extremos sobre la chaqueta. Creo que no me falta ningún detalle, por lo que me siento preparado para cumplir con mi cometido. Estoy exultante, a la vez que nervioso. ¿Estaré a la altura de las circunstancias? Conforme voy bajando las escaleras que me conducen a la calle me hincho de un aire que me hace parecer aún más grande. Abro el enorme portón de hierro forjado, sin apenas esfuerzo, y, con pasos decididos, me dirijo hacia ese deseado encuentro. Allá a lo lejos le veo. Él lleva su característico envoltorio azul con un casco que le protege toda la cabeza. Se encuentra en medio de un paso de cebra gesticulando sin descanso. Me acerco, decidido, a él y en cuanto me encuentro a su alcance le propino un tremendo puñetazo en la barriga a la voz de ¡Puños fuera!¡Mazinger ya está aquí! El policía se cae de bruces al suelo ante el "ay" generalizado de todos los que se encontraban cruzando por el paso de peatones. Echa sus manos a los dos lados de la cintura y se levanta con un impulso, que le planta delante de mi cara, amenazándome con la porra y la pistola. Yo decido salir volando, así que me acuclillo, levanto los dos brazos y río a la vez que me doy un fuerte impulso para huir por los aires. No consigo levantarme más de veinte centímetros del suelo y antes de volver a poner los pies en él recibo un fuerte impacto en mi cara. Al despertar me encuentro rodeado por un par de policías en la comisaría. Deciden dejarme un momento sólo mientras piensan qué hacer conmigo. Yo comienzo a escribir sobre sus papeles las frases que ahora mismo estás leyendo, para no olvidar el sueño. Me palpita toda la cabeza. El golpe que me dio en la boca con su herramienta de trabajo, a parte de saltarme un par de piezas dentales, me recuerda que los sueños sueños son.

sábado, 14 de abril de 2012

La invasión de los ultracuerpos



Le vengo dando vueltas desde hace dos días a una idea que sé que puede sonar extraña, incluso estrafalaria, pero conforme más lo pienso más convencido estoy de que no ando muy desencaminado. Llevo unas noches siendo asaltado por un sueño, sí asaltado. En él la imagen de Donald Sutherland señalándome con el dedo me obliga a huir permanentemente. Un Sutherland escapado de la novela de Jackson Finney, o más bien de la cinta que llevó el mismo título (Invasion of the body snatchers, traducida como la invasión de los ultracuerpos) me persigue sin descanso para obligarme a seguir sudando. Pero al despertar todo se ve con más claridad. Día a día va cogiendo forma. Es verdad que conforme nos hemos ido adentrado en la malintencionadamente llamada "crisis" se nos han mostrado las verdaderas caras de esos que nos dirigían y a los que les seguimos manteniendo el honorífico título de políticos. Pero algo ha ido cambiando en sus rostros. Un rictus asqueroso se les ha pegado a la cara. Y eso es lo que me da la pista definitiva. Merkel no es Merkel, Sarkozy tampoco es él, ni tan siquiera Rajoy es Rajoy... Son vainas (me refiero a seres salidos de una vaina). Estamos siendo poseídos por unos ultracuerpos que tienen el único interés de adueñarse del mundo y por ende de nosotros.
Ya dije que puede sonar a estrafalario, pero es la única explicación que, hasta ahora, he encontrado para intentar dar un sentido a su forma de actuar frente a la "crisis" de valores, al afán de enriquecimiento, al comportamiento con sus vecinos (o sea los ciudadanos), a su compromiso con el Planeta, etc.
Llamadme loco si queréis!

miércoles, 11 de abril de 2012

Me desvanezco





Me desvanezco. No es un sentimiento ni un estado de ánimo. Es simplemente la constatación de un hecho físico. Algo que empezó a ocurrir hace ya algún tiempo aunque nadie reparó en ello. No debería de extrañarme que esto esté ocurriendo puesto que siempre lo deseé. Tampoco a nadie sorprenderá mi desaparición. Desaparición digo, aunque no es exactamente eso. Más bien me he desatomizado. Sigo existiendo, pero nadie repara en mi existencia. En definitiva me he vuelto invisible. Asisto, como Wakefield, a la extrañeza de mi esposa al no verme aparecer por casa. Yo permanezco en silencio, al principio para averiguar cuánto me echa de menos, luego como un juego y finalmente porque ya no podría ser de otra forma. La acompaño por la casa, la veo desnudarse, ducharse, comer, acostarse, etc. Cuando está dormida observo cómo hincha su pecho con la respiración y me tumbo a su lado feliz. ¡Cuánto la amo!
No entiende cómo pude desaparecer sin una palabra o una nota; no me porté bien, aunque eso no es cierto porque yo nunca desaparecí.
Pasan los meses y los años y yo me he acostumbrado a vagar por la casa sin que ella note mi presencia. No me extraño el día que aparece con un amigo que finalmente acaba convirtiéndose en su marido. Tan solo me siento afectado y con un miedo atenazador el día que les escucho comentar algo sobre la posibilidad de cambiar de casa. Eso no puede ocurrir. Yo no puedo abandonar mi hogar. Y ella tampoco. Decido hacerme presente, demostrarle que todavía existo, que siempre lo he hecho y que nunca la he abandonado como ella cree, así que en cuanto se queda sola me abalanzo sobre ella dispuesto a poner las cosas en su sitio. Las palabras no salen de mi boca por más que yo lo intento y mis manos atraviesan su cuerpo sin poder asirlo. El pánico que, repentinamente, se adueña de mí me hace perder el conocimiento. Cuando lo recupero no sé el tiempo que ha transcurrido, pero por más que la busco no la encuentro. Creo que me ha abandonado. Pienso en quitarme la vida, pero nada de lo que pruebo funciona, así que me tumbo en la cama decidido a esperar que algo emocionante ocurra en mi vida antes de que acabe de desvanecerme por completo.

lunes, 2 de abril de 2012

Silencio de trapo




Me dan ganas de decirle que no tiene sentimientos cada vez que me deja abandonada en el sofá, o sobre la cama. Obligada a dormir y pasar un prolongado descanso hasta que recuerda que me encuentro sola y de nuevo vuelve a cogerme en sus brazos. Pero no me atrevo a decírselo. Le haría daño y no quiero. Ella es todo lo que tengo. Es más, dependo de ella para todo.
Debo soportar, también en silencio, un amor compartido. Ver que tiene en sus brazos a otras como yo no me hace ningún bien. Me entristece. Me decepciona. Quizá sea que esperaba demasiado de nuestra relación. Es verdad que ella nunca me dijo que fuese la única. Nunca me prometió nada, ni yo se lo pedí, pero si volviésemos al principio sí que lo haría.
Creía que todo sería más fácil y que ella sería como yo, que sentiría exactamente lo mismo. Pero no quiero decírselo, creo que tengo miedo. Sí, me da miedo escuchar de sus labios que nunca me prometió nada. Que yo ya sabía lo que había. Que es cierto que soy especial, pero no única. Me da pánico que mis palabras puedan herirla, cambiar lo que existe entre las dos. Me da escalofríos su silencio, que mis palabras hagan que las suyas se acallen.
Y es que cada vez que estoy con ella y escucho su tierna voz diciéndome que me quiere me olvido de todo esto que pienso cuando me siento abandonada. Así que seguiré callada, en silencio como siempre.
Me conformaré con esto que tengo, aunque hoy, nuevamente, cuando se canse de mí me vuelva a dejar sobre la cama entre la descarada y medio desnuda barbie princesa y el abarrotado armario de la nancy.

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