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lunes, 29 de octubre de 2012

Melatonina


                                 imagen: Chema Madoz

Me despertaba con dolor de cabeza y algo contrariado. Ya no. Debería sentirme mejor, pero una angustia indescriptible me tenía agarrado por el cuello y no me dejaba respirar. Quizá los resultados que esperaba no se han producido. Tampoco es que no lo intuyese, pero me ha cogido por sorpresa. Ahora llega el momento de plasmar esos resultados sobre un papel en blanco. Lo primero que hago con un folio en blanco es mancharlo con una gota de café; eso lo deja desprovisto de ese inmaculado vacío que asusta a mi Parker. Les voy a describir una historia tan difícil de entender como de creer.

Habito un cuerpo extraño, me refiero a que no es como los demás. No tiene vísceras. Esta vacío por dentro. Presenta pelos, piel, carne y huesos como los otros, pero debajo de éstos únicamente hay más carne, piel y pelos. No se hincha el pecho cuando respiro, ni se nota un tic-tac al presionar con la mano sobre el pezón izquierdo y nunca me ha dolido nada. Todas estas son las pruebas que necesitaba para confirmar mis sospechas. Si estaba dotado de esta extraña característica debía ser por algo, con un fin, me refiero. Encontrar un sentido a esa hipótesis se convirtió en una necesidad vital, por lo que pasé a ser el objeto de observación. Si no existía corazón significaba que no era necesario, de manera que tampoco debía tener sangre. Venas y arterias sí, porque las notaba abultadas y azuladas en mis extremidades y cuello. Sólo tenía que pinchar una. Lo hice. Una pequeña gota rojiza afloró del diminuto agujero. No significaba nada; algo debía rellenar esos conductos. Nunca he llegado a creerme los trabajos del burgomaestre Otto Von Guericke con los hemisferios de Magdeburgo. Pero podía ser un líquido estanco, estar llenas de sangre que no circulara. Esa era la razón por la que únicamente había escapado una gota. Con el objetivo de ser meticuloso en la tarea de observar, chapé todas las paredes del dormitorio con espejos e instalé dos cámaras que grabaran en todo instante cada punto de la habitación; el control del tiempo-espacio en mis manos. Como dijo el físico Agustín Fernández Mallo: Lo normal es que primero te echen del espacio. Una vez exiliado, ya tú mismo, te expulsas del tiempo. Lo raro es lo contrario. ¿O fue el poeta? El experimento era sencillo: dormir y luego visionar en la pantalla del ordenador todo lo que había grabado durante la noche, porque ahí es donde debía estar la clave. Lo que observé fue un proceso, si se puede definir así, realmente asqueroso. Mi cuerpo se dio la vuelta. Como si se tratara de un envoltorio de goma. Abrí la boca y desde ese agujero se desdobló otro cuerpo, saliendo poco a poco un amasijo de carne rosada como si alguien estuviese estirando de la punta de la lengua. Por unos segundos pude observar el reverso de mí mismo en forma de una mujer hermosa. Sólo unos segundos antes de que yo, ella, lanzara contra las cámaras sendos objetos contundentes que las destrozaron. Desconocía que tuviese tanta puntería. No pude averiguar nada más. Únicamente el dolor de cabeza y un estado placentero de fondo quedaban como recuerdo de ese experimento. Debí dormir varias horas, pero todavía estaba agotado. Pensar con rapidez era difícil aunque obligado. Necesitaba repetir el experimento tomando ciertas medidas de seguridad. Protegí las cámaras con una jaula metálica; además pensé que utilizar un chip incrustado en el interior de cualquier orificio corporal me permitiría averiguar el camino que recorría cada noche y el porqué de ese apaciguamiento. Engullí otra diminuta cámara que en ese proceso de exteriorización quedaría pegada en mi segunda piel. La misma sensación matutina de agotamiento y tranquilidad me acompañaba antes de sentarme frente al ordenador para averiguar hasta qué punto el experimento había resultado un éxito. Se repitieron los pasos de la noche anterior, exactamente igual. También, como la noche anterior, lanzó el cenicero y una figura decorativa con forma de enano contra las cámaras colgadas del techo, pero en esta ocasión soportaron el impacto y siguieron grabando. Realmente era hermosa. Sonrió. Estaba desnuda frente a mis ojos y noté cómo una palpitación insoportable se adueñaba de mi entrepierna obligándome a que presionase con la mano. Tragar la cámara fue una buena idea porque se encontraba pegada justo encima el esternón. Se vistió con ropas mías que encontró tiradas en el suelo, haciendo que la pantalla del ordenador se quedase negra, y escapó de la habitación. Únicamente el localizador mostraba un punto rojo sobre un mapa, así que no sería difícil averiguar a dónde había huido. Recorrió las calles a alta velocidad por lo que debía haber utilizando mi motocicleta japonesa. En un momento se encontraba en las afueras de la ciudad, al lado del puerto. Qué habría ido a buscar allí, andaba pensando en el momento en que el ordenador recobraba la imagen y ante mis ojos aparecían unas enormes manos acariciando sus senos. No pude ver mucho más, un rostro desconocido acercándose y alejándose. No necesitaba ninguna explicación para saber lo que había ocurrido. Ese hombre había estado dentro de ella, dentro de mí. Empecé a sacudirme la ropa como si de esa forma me pudiese quitar el olor a sexo. Durante dos noches copié los preparativos y se repitieron los mismos resultados. ¿Cuánto tiempo debía estar ocurriendo esto? Quizá meses, o años. No tenía intención de permitirme salir cada noche en busca de sexo, así que el quinto día decidí hacer cambios. Primero en su vestuario. Le dejé sobre la mesa un conjunto de ropa interior, una minifalda y una camisa blanca a la que le arranqué un botón. Ella controlaba la situación. Siempre sonreía a la cámara y me guiñaba un ojo antes de salir por la puerta. ¡Qué hermosa era! Mi problema era el sueño, mientras estaba dormido no era consciente de lo que ocurría con mi cuerpo. Así que esa noche me administré un inhibidor de la melatonina. Una jeringa y un pinchazo en el glúteo me harían recuperar, en tres horas, la conciencia. Despertar, volver a tomar el control, ser yo. Y ella, mía. Lógicamente repitió el comportamiento; la misma despedida, el mismo lugar, idéntico deseo. Otras manos, más femeninas. Otro rostro, ahora cerca, ahora lejos. La melatonina bloqueada, el desdoblamiento. La oscuridad. Una fracción infinitesimal de tiempo muerto, tau, en el que no hay nada, como en los contadores Geiger. Y frente a mí un joven tirado en el suelo, asustado y gritando palabras incomprensibles. Le di un puñetazo, antes de subir en la Yamaha y conducir, desnudo, hasta casa. Los celos hicieron aflorar una rabia que me lanzaron a más de doscientos kilómetros por hora. Me encerré en la habitación. Revisé, una y otra vez, todos los vídeos. Golpeé la pantalla al verla hacer el amor con desconocidos y fue entonces cuando decidí matarla. Inyecciones de diez miligramos de melatonina cada ocho horas me mantendrían despierto. Esto debería haber sido suficiente, pero ella luchaba por salir, lo notaba, y yo la echaba de menos. La cabeza se me caía sobre las manos. Debía aumentar la dosis. No estaría con otro hombre. Veinte miligramos. Nadie volvería a tocar sus senos. Treinta miligramos. Ni a introducirse en mi cuerpo. Cincuenta miligramos. ¡Nunca!

martes, 23 de octubre de 2012

Canal Conciencia


Hoy me he despertado, y digo esto porque permanecía dormido hasta entonces, con una frase del ministro Montoro en el Congreso: "estos presupuestos son los más sociales de la historia de la democracia". Sé que ha inspirado carcajadas en la red, indignación e incluso cabreo. A mí no me ha ocurrido nada de eso, hace mucho tiempo que se me ha depositado una pátina de tristeza que no me deja ni tan siquiera estar cabreado, o reírme.
Pero no me entristece más que cuando un jefe de estudios de secundaria alienta a los alumnos a ir a la huelga para después no presentarse él en la manifestación. Si tan solo me subieran el sueldo- debía pensar. Estamos convirtiendo el país en ese lugar que no querríamos para nuestros hijos. Una sociedad que pierde sus privilegios sociales, ganados durante tantos años sudando sangre, sin luchar por ellos, es una sociedad que no los merece. Y digo lucha aunque realmente lo que pienso es cooperación, ayuda, activismo, sensibilidad,... Nunca puede ser una opción quedarse frente al televisor viendo aquello que no gusta y cambiando de canal para lidiar, de la mejor manera posible, el cabreo. El momento actual, mal llamado crisis, exige que nos recoloquemos donde más nos convenga, olvidando egoísmos e interés particulares, que observemos las necesidades de los otros y nos pongamos en su lugar. Todo esto no puede provocar únicamente "mala-leche", debe servir como punto de partida.

Estos son los argumentos que me han hecho escribir un artículo en lugar de un relato, pero si lo dejase ahí estaría siendo víctima de aquello que acabo de criticar, por esta causa he donado 50 ejemplares de mi novela "donde tú estabas" a la asociación de familiares por los derechos del enfermo mental (AFDEM). Estas novelas se venden en la librería Argot de Castellón, que colabora de manera altruista para esta causa y otras muchas. ¿Acaso no son estas asociaciones las que han sufrido más los recortes presupuestarios? La dependencia, como la educación deberían estar fuera de cualquier negocio político. Animo a que hoy nos levantemos del sofá en lugar de cambiar de canal.

viernes, 19 de octubre de 2012

Método



Recordaba poco, pero sí estas palabras de Pacheco leídas hacía no sabía cuánto tiempo:

Nuestro bebé ultrasenecto
Navegó el río feroz de la vida a contracorriente
Su victoria es ser de nuevo un recién nacido.
Pero esta vez ha llegado al mundo
En una tierra incógnita que llamamos Alzheimer.

Así que se había convertido en eso, un bebé ultrasenecto. También recordaba algo más escalofriante que padecer esa pútrida enfermedad que le abocaba a la ignominia. En los últimos instantes antes de la muerte se recuerda el pasado. Toda la vida pasa frente a ti como el fogonazo de una reacción nuclear. Pasado, justo lo que ya no tenía. Pasado, repetía mientras llenaba la bañera de agua. Pasado, mientras se desnudaba frente al espejo para descubrir un cuerpo enjuto y arrugado. Y no reconocerlo. Pasado, cuando sus pies se introducían dentro de la bañera. También pasado al sumergirse y dejar de respirar, justo en el momento en el que la palabra manzana aparecía repentinamente. Después cuchara y pera. Su hijo desfiló rápidamente formando un regimiento de diferentes edades que saludaba a su paso girando la cabeza y haciendo una mueca característica. Su boda, vestido de negro y con una nerviosa sonrisa que parecía un tic. El primer beso con Cristina; a ella sí que la amó. Su bicicleta cuando cumplió los diez años, la primera caída, el brazo escayolado y el hospital para amputarlo. Su madre y su abuela frente a la cama, observando su llanto sin mover un dedo. Liquido, agua, amniótico y agua. Y nada.

Y yo viéndolo todo con mirada científica sin impedir que el experimento finalice, haciendo de la observación el triunfo del método.

lunes, 15 de octubre de 2012

El éxito de la física atómica



Un fotón desplazándose sinusoidalmente hasta llegar a su ventana. Atravesar el cristal sin ningún esfuerzo y golpear su frente como si fuese el espectro del príncipe Louis-Victor de Broglie. Eso le hace dar un respingo y golpear la coronilla con esa maldita estantería que colocó a modo de cabezal para dejar la lamparita, los libros y también la caja de preservativos. Estos últimos los usa menos que los libros, pero le gusta tenerlos ahí por si alguna noche vuelve acompañado. Tampoco volver acompañado es garantía de nada. En más de una ocasión, con el envase del preservativo rasgado, la chica se ha echado atrás y le ha abandonado cuando él ya pensaba que esta vez sí. Es en esos momentos cuando se coloca el condón y se masturba con él puesto. Le da más realismo a la situación −piensa− y le ayuda a olvidar el fracaso. Y es que su vida está llena de fracasos, o eso cree él. A mí me parece que resumir el éxito al número de polvos que pegas al mes no es real. Se levanta y se va a la oficina con desgana por lo ocurrido la noche anterior. Al entrar no saluda a nadie. Bueno, sólo a Marta porque aún cree que tiene posibilidades con ella. Me parece patético. Estas son las cosas que le hacen parecer un fracasado −pienso yo. Está claro que pulsar números en un teclado de ordenador para preparar nóminas no es excitante, pero eso no debería ser una excusa para que se emborrache cada noche. También en el bar le conocen. Demasiadas veces ha contado su historia: Un físico que acaba trabajando de contable cuando su ilusión es ser escritor. Por qué siempre intenta despertar un sentimiento de pena. Es normal que todos huyan de su lado. Si tan solo me escuchase un minuto. Odio que gire la cara con desdén y se refugie en su gin-tonic. El dueño del bar está harto, pero todas las noches paga sus consumiciones y no se puede renunciar a un cliente así, por muy pesado que sea.
Para qué estudiaste físicas si no te gustan, quién te obliga a trabajar en esa empresa. ¿Es que no tienes capacidad para decidir dejar de hacer aquello que te desagrada? Claro, le sirve de pretexto decir que no tiene elección. Siempre tenemos elección, –le diría− siempre. Le abofetearía cada vez que baja la vista en busca de sus zapatos y espera que alguien le pase la mano por el hombro y le de unos golpecitos de ánimo. Ya le tengo demasiado estudiado; entonces levantará la vista y si se trata de una mujer la invitará a tomar una copa y luego a su casa. Qué asco me da. Aunque en realidad su fracaso es mi éxito porque estar a su lado es una fuente de inspiración para mí. Él es el protagonista de mis novelas, el personaje chiflado, cabizbajo y derrotado con el que hoy en día se identifican tantos lectores.
Y quién soy yo para decir todo esto. Yo soy él.

lunes, 8 de octubre de 2012

Graffiti


Atrapado. Atado a la fuerza, violentado contra mi propia voluntad. Quizá estos escupitajos de tinta obedezcan a los delirios de una mente enferma, pero cómo saberlo. Me gustaría averiguar cuánto tiempo llevo encerrado entre estos trazos; me refiero al momento exacto en que me sentí ligado a ellos. Qué atrevimiento hablar del tiempo. Podría pintar un reloj de bolsillo más retorcido que el de Dalí. ¿Hará sol mañana o lloverá? Me gusta mojarme, aunque me siente mal. Debería ir dando forma a este relato si no quiero caer en…


Era la mía una existencia feliz. Podía permitirme vivir de la pintura, y eso es algo que no todos pueden decir. Mi novia me amaba, no tanto como yo a ella, pero lo suficiente para que decidiésemos tener un hijo. Pablo nos separó más que nos unió. Para evitar escuchar sus lloros nocturnos decidí incluir el arte callejero en mis obligaciones diarias. Todos los días salía a las doce con una mochila llena de botes de spray de diferentes colores. Pintaba por la noche, si es que a eso se le puede llamar pintar, dormía por la mañana y haraganeaba por la tarde. Natasha había dejado su trabajo para poder atender a nuestro hijo, así que nuestra estabilidad económica dependía de mí. De mis cuadros, o, mejor dicho, de la venta de éstos. Tenía suficientes como para no preocuparme durante un tiempo de coger un pincel y una paleta. Ahora, con el paso del tiempo, ja, veo que todas las decisiones que tomé son las que me han abocado a esta situación tan delicada, tan irreal. Convencí a Natasha para que dejásemos nuestro pisito de setenta metros cuadrados y comprásemos un ático en el barrio de moda de la ciudad. Yo necesitaba una planta para mí solo, un espacio que me permitiese recrear la imaginación. Soledad, necesitaba soledad. Había días en los que ni tan siquiera les veía. Entonces me parecieron felices. Por las noches daba rienda suelta a mi imaginación. Firmaba las paredes con una “Zeta”, y ese anonimato me permitió ponerme de puntillas para observar el mundo desde un atril. Era la primera vez en mi vida que pintaba lo que quería, ahora no podría acusárseme de falta de involucración. Mis pinturas eran yo mismo. Me llamaron del banco para decirme que tenía un par de letras sin atender. Con la mayor de las educaciones sugirieron mi presencia en la oficina para hablar con el director. No tenía tiempo para él. Debería esperar como todos. Después de dos años pintando los muros mi estilo se había definido y depurado. Creí que me estaba quedando sin calles, sin paredes, así que comencé a pintar en el barrio. Tuve una idea, pintar mi propia casa en las paredes de la verdulería, del kiosco, de la panadería, del banco. El sofá de Ikea, la lámpara de diseño, la alfombra persa, la nevera… Cada noche una pulsión incontrolada me hacía llenar todos los espacios libres de tinta. Poco podía imaginar yo que estaba dibujando mi futuro. Recibí una carta del juzgado que dejé sobre la bandeja del aparador. Ya la leería más tarde. Esa misma noche quería hablar con Natasha. Cuánto tiempo hacía que no la veía. Y Pablo, qué había sido de él, ya no escuchaba sus lloros. Más tarde, lo haría después de acabar mi obra. Cogí la mochila, me puse la cazadora negra de algodón, coloqué la capucha sobre la cabeza y estiré de los cordones para ajustarla con fuerza sobre la frente. Bajé los escalones de tres en tres porque una excitación desconocida hacía que las sienes palpitasen sonoramente, como si tuviese un tambor en la cabeza y un niño no dejase de golpearlo. Dibujé a Natasha sentada en el sofá. Su cara triste hacía intuir una desgracia inminente. Pablo estaba en sus brazos, llorando. Se trataba de un bebé, pero no pude evitar plasmar un rostro adulto, una mirada de viejo con toda una vida de sufrimiento a sus espaldas. Pensé que me había quedado realmente bien. De nuevo en casa le contaría a Natasha todos los planes que tenía para el futuro; le transmitiría, como hacía antiguamente, cada una de mis ideas. No estaba. En su lugar una nota. Sobre ella una flor seca. No leí la carta, la puse encima de la del juzgado y decidí que leería las dos cuando me despertase. Me quedé en su cama a dormir. Olía a ella, sonreí y me dormí casi al instante. Faltaba un día, sólo un día y volvería a ser el Zac de antes. Me preparé un café que puse en la taza de Mondrian y lo llevé a la cama junto a las cartas. Eran las nueve de la noche, cómo podía haber dormido tantas horas. A qué día estábamos. Enchufé el televisor de cuarenta y dos pulgadas, que estaba sobre la pared del dormitorio como un cuadro más, y puse el teletexto. Lunes, diez de octubre de 2012. Abrí la carta del juzgado. Era una notificación de desahucio. Tenía que ser un error. ¿Desahuciarme a mí? Bebí el café de un sorbo; debía estar quemando, pero no lo noté. Guardé la carta de Natasha en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Cogí la mochila, la llené de todos los sprays que encontré por la planta de arriba y me dispuse a ponerle fin a “Zeta”. La flor la llevaba en mi mano izquierda. En la calle busqué esa última pared que rellenar. Comencé a pintarla. Todavía había gente por la acera que se paraba para observar el acto vandálico que estaba cometiendo ante su mirada de asco. Nadie impidió que siguiese con mi obra. Me pinté a mí mismo mirando a los viandantes, como si estuviese encerrado tras una fina membrana transparente. Parecía estar preguntándoles qué me ocurría. A mi lado, todavía sentados en el sofá, permanecían Natasha y Pablo. La flor no la había soltado en ningún momento.

Quizá a estas alturas pienses que te he engañado, que decidas volver a leerlo para averiguar en qué punto lo hice. Esta vez no existe el engaño, ¿Te has dado cuenta que yo soy el graffiti?

lunes, 1 de octubre de 2012

Drop, drop, drop...


Nieva sobre mi café todas las mañanas. Siempre he pensado que el agua en cualquiera de sus estados es una representación del alma. Lo es la niebla, igual que la lluvia y también lo es la nieve. drop. Ya hace mucho tiempo, siglos, que decidí permanecer en silencio. De repente no tenía nada que contar, ninguna pregunta que hacer ni responder. Me sequé igual que un olivo en el frío invierno. drop. Era como un tren marchándose por la vía hacia algún lugar desconocido. O quizá como la fotografía de un tren marchándose por la vía hacia algún lugar desconocido. Cómo puede una silenciosa fotografía dar tanta información. drop. Un tren encaminándose hacia un agujero negro, ¿existe algo más desconocido? Unas vías que etéreamente escalan primero las ligeras moléculas de aire, luego la nada, ascienden por la nada. La silenciosa nada. drop. Es curioso que el sonido no exista allí afuera. Y silencioso me elevo como una gota de agua viajando en ese tren. El tren debería vomitar toda la sonoridad de su maquinaria, pero se encuentra atrapado en la fotografía, ¿recuerdas? drop. El silencio es una decisión, es, también, un estado del alma. Como la locura.
Podría haberte susurrado al oído, a ti lector, todo lo que he guardado durante años, pero he decidido continuar en silencio.

drop

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