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miércoles, 25 de noviembre de 2015

AGUIJÓN


Encuadre de la obra «Baudelaire» del artista Alfonso Renza, dibujada para la revista Canibaal
Me arden los párpados, que es como decir que los globos oculares se insuflaron de ira y consigo que implosionen dentro de esas esferas oblatas, y como decir que toda esa energía traducida en masa relativista se dirige por la oquedad cilíndrica del nervio óptico hinchando hasta la obesidad cada una de las neuronas paticortas que trasmiten respuestas atolondradas y simplonas. Mensajes tan ridículos como que me arden los párpados. Sin embargo es real. Gotas cerúleas resbalan calientes sobre ellos,  adquiriendo una consistencia gelatinosa en pocos segundos y posteriormente sólida antes de que otra gota golpee a esa primera. Como si el iris fuese una báscula de precisión podría decir que cada gota no alcanza los doscientos miligramos y como si tuviese una diminuta cucharilla plateada sigo añadiendo miligramos hasta completar mil que es la cantidad justa para abrazarse por celofán. Hago un nudo sintiendo el peso tormentoso del cirio ardiente. Quiero frotarme los ojos, arrancarme las costras escamosas de los párpados y observar, desnudo, la caída de una nueva gota con la mirada melancólica de un suicida; esperar ansioso ese almíbar dulce y espeso. Tengo los brazos ocupados, uno es el amo, el otro el esclavo sujetado por una goma elástica. Aunque no veo nada puedo observar cuanto ocurre. Puedo ver cómo el rojo invade el color plateado del metal y todo se funde sobre él. Observó a la abeja inyectándose néctar con su aguijón, la sombra del meteorito se agranda a cada sorbo. El insecto vuela en busca de su reina para eyacular su contenido no digerido en un proceso nada aséptico que difumina la sombra antes del impacto, como si el pedazo de estrella se hubiese esfumado. Un instante después despierto asustado buscando restos oníricos que delaten el impacto. No los encuentro. Tan solo escozor que se convierte en dolor y en angustia al avistar una nueva gota aproximándose en busca de un impacto final. Pese a que deseo esperarla, una última respuesta automática me conduce al calor inicial, al fuego, al metal, al insecto.

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