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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Le podría pasar a cualquiera


Sentía una necesidad irrefrenable de salir huyendo. Dejarlo todo; sin despedidas ni equipajes. Abandonar toda actividad conocida. Dejar que fuese la propia huida la que alcanzase el destino último. Quizá pueda parecer increíble. Alguien andando cabizbajo hacia ninguna parte. Ignorando consciente el horizonte. Sin miradas ni aspiraciones. Con la única ambición de llegar no muy lejos. Se habrá dado cuenta el lector que podría tratarse tanto de la primera como de la tercera persona. En este punto del relato todavía no me encuentro identificado con el personaje, pero tampoco siento animadversión hacia él. Decidiré esta cuestión más tarde. Nadie iría a la estación de trenes, robaría una despedida a cualquier chica que se encontrase en el andén agitando la mano con la mejor de las sonrisas. También saludaría desde la ventana, incluso gritaría un te quiero que sería escuchado por todos los compañeros de vagón. Note el lector que ahora ya se encuentra tentado de elegir la tercera persona, incluso siente la necesidad de seleccionar el género masculino. Nada está decidido. El tren comenzaría a moverse, no con la misma rapidez ni sonoridad que los de antaño. Su sonido recuerda más bien a un insecto de titanio que a un hipopótamo resoplando. Asomarse a la ventana, eso es algo que todo el mundo hace para evitar las miradas escrutadoras, lo haría sin dudar ni un instante. Observaría los muros que separan el camino de railes de la civilización, por llamarlo de alguna forma, y sus pintadas reivindicativas y revolucionarias. Los barrios suburbiales por los que discurre el convoy. Las huertas con una caravana a modo de caseta de aperos. Las putas, allá a lo lejos. Los primeros pueblos, tan próximos a la ciudad que han acabado por perder su identidad. Bajarse en la primera estación desconocida es lo que tenía pensado antes de subir en el tren. Confiaría en que no pasase ningún revisor; no había sacado billete. No puede alguien escapar de sí mismo con un destino fijado. En el caso de que fuera descubierta la trampa siempre podría intentar convencer al inspector con cualquier tipo de argucia, cualquier tipo, digo. Es aquí donde el engaño puede jugar una mala pasada y creer que tiene la corazonada de que se trata de la tercera persona del femenino. ¿Está seguro? Andaría por las calles de esa desconocida localidad sin más compañía que los atormentados pensamientos. Desear un café, eso vale para él, para ella y para mí. Lo tomaría en el primer bar que encontrara. Pediría un café sólo al camarero y lo bebería de un sorbo que abrasara todo el paladar. Así es como nos gusta el café a los tres, luego no lo puede utilizar como pista. Y a partir de este punto qué. Dónde llevo al personaje, porque todavía no he conseguido meterme en su piel. No tenía nada, el último euro del bolsillo lo había depositado sobre la barra sin preguntar cuánto era. Trabajo no iba a conseguir, demasiado tiempo buscando para nada. Dinero tampoco, sin trabajo no hay dinero. Caminaría hacia el centro. Allí suele estar la iglesia. Antes era fácil conseguir unas monedas al finalizar la misa. Con suerte para un bocadillo. Buscaría cartones porque la noche podía ser fría. Y un lugar, un sitio para poder dormir sin que nadie molestase. Ya llega a su fin el relato, lector, y sigo sin definirme. Puede pensar que ha sido un engaño, o un truco, o un recurso, o que simplemente le podría pasar a cualquiera.

2 comentarios:

  1. " Nadie iría a la estación de trenes, robaría una despedida a cualquier chica que se encontrase en el andén agitando la mano con la mejor de las sonrisas"
    ... gracias Ximo.
    Maria.

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  2. Gracias a ti María, me alegra que burbujees por el blog

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