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miércoles, 7 de marzo de 2012

Vecinos



Escuchó un ruido en el piso de al lado. Hacía muchos meses que nadie lo ocupaba. Esos golpes de unos tacones al chocar contra el suelo eran la prueba de que estaban enseñándolo a alguien. Se levantó del sofá de piel marrón en el que estaba tumbado y acercó su oreja a la pared que daba al comedor de ese piso simétrico al suyo. Él lo sabía porque cuando lo compró, hacía ya dos años, también lo vio, aunque se decidió por el que eligió la que iba a ser su mujer. Ella nunca llegó a vivir en él porque no se presentó a la iglesia, dejando a Marcos sumido en una permanente depresión desde ese mismo día. Pudo percibir que tras esos tacones andaban otros zapatos mucho menos escandalosos, aunque ésos no le interesaron en absoluto.
Después de cuatro días silenciosos volvió a escuchar movimiento en el interior. Intentó agudizar al máximo su oído para darse cuenta de que se trataba del mismo cadencioso caminar del otro día. Así que se ha quedado con el piso- pensó con una sonrisa en sus labios. Era la primera vez que sonreía en mucho tiempo. Siguió el sonido de esos tacones recorriendo el pasillo junto a la imaginaria sombra de su nueva vecina. Fue entrando en cada una de las habitaciones junto a ella, adoptando con sus pies el melodioso sonido de su andar, como si se tratase de la lluvia estrellándose contra el suelo. Estaba contento porque tenía algo que hacer.
A la mañana siguiente se despertó con el sonido del despertador de la habitación contigua. Remoloneó bajo las sábanas hasta que volvió a sonar y se dirigió al baño siguiendo unos, apenas audibles, pies descalzos. Abrió el grifo del agua caliente cuando escuchó que ella así lo hacía. Se metió en la bañera cuando chirrió la mampara de su homóloga. Rápidamente se desenjabonó cuando el agua dejó de sonar en la otra vivienda. Se enrolló en una toalla y fue a la cocina para comenzar a prepararse un café. Se sentó un momento para disfrutar del sonido del saxo tenor de Yusef Lateef que se colaba por las imaginarias rendijas de sus paredes. Le sorprendió que a ella también le gustase esa música. Ya en su habitación se vistió con presteza y nuevamente siguiendo los pulsos de los pasos de su vecina la acompañó hasta el vestíbulo para despedirla en silencio. No se atrevió a salir de su casa, sentía vértigo por enfrentarse con una realidad que había decidido obviar desde aquel fatídico día en que no sólo se sintió abandonado sino que también fue ridiculizado ante toda su familia y amigos. Y la verdad era que cada vez se sentía con menos fuerzas para hacerlo. Se marchó cabizbajo al desgastado sofá de piel (había pertenecido a sus padres y éstos se lo dieron cuando decidieron cambiarlo) y se quedó tumbado hasta que a las siete de la tarde escuchó las llaves de la vecina introduciéndose en la cerradura de la puerta. Se levantó con un impulso y se fue corriendo hasta allí. Nuevamente volvía a sonreír. La siguió por todo el piso con el corazón desbocado. Cenó junto a ella, visualizó los mismos canales de televisión. Se durmió un rato en el sofá y finalmente apagó la televisión y se acostó. Como escuchó el sonido de unas hojas de libro pasar, se levantó y cogió un libro de la estantería del comedor. Fue uno al azar que eligió por el color de su lomo y no por su titulo. Con Estrella distante de Bolaño bajo el brazo se dispuso a leer hasta que escuchó el metálico sonido de una bombilla al ser desenchufada. No pudo conciliar el sueño hasta bien entrada la noche porque se sentía exultante.
Día a día fue perfeccionando su seguimiento, hasta el punto de intuir los movimientos futuros. Empezó a conocer sus gustos y a disfrutar de sus aficiones caseras. Marcos se había convertido en un silencioso y experto detective. De tanto copiar fue mimetizándose con ella. Comenzó a comprar ropa de mujer por catálogo copiando lo poco que podía ver por la mirilla de su puerta. Ropa interior, tinte de pelo, zapatos de tacón, maquillaje, medias, vestidos de mujer y comida saludable. Todas las mañanas se maquillaba junto a ella, cada uno mirándose al espejo que colgaba de la misma pared. Y comenzó a ser el reflejo de ella. Todos los días la acompañaba hasta la puerta de salida y la esperaba con ansiedad. En dos ocasiones que ella estuvo enferma pudo pasar una semana completa con la vecina y eso hizo que las despedidas matutinas fuesen cada vez más dolorosas para él. Cada vez que el sonido seco de esa puerta maciza de roble se escuchaba, Marcos se quedaba abatido. Había llegado a esperarla sentado en una silla que había trasladado hasta el recibidor. Ella también debía ser solitaria porque desde que había llegado, y de eso ya hacia un año, no había recibido visitas.
Esa mañana siguió el ritual como todas las mañanas, pero intuyó que algo iba a resultar diferente. Se duchó con un chorro de agua fría al final, desayunó con café y tostadas, se maquilló coloreándose las mejillas con más esmero se vistió intuitivamente con la ropa interior de encaje rosa, las medias de rejilla negras y ese vestido granate que tan bien le quedaba, y cogió su maletín de cuero marrón par acercarse andando, con decididos pasos, hasta el recibidor. Las llaves de las dos puertas sonaron al unísono. Marcos se dejó llevar por un impulso momentáneo que llevó sus pies hasta chocar con los de ella frente a la puerta del ascensor. También al unísono levantaron la vista y se quedaron observando una imagen gemela que, lejos de dejarles sorprendidos, les hizo sonreír y darse los buenos días.

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