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jueves, 15 de marzo de 2012

Calatrava, por ejemplo



Qué hago viendo a estos morenos y musculados obreros trayendo y llevando ladrillos, carretillas y andamios de madera. ¿Es que no tengo nada mejor que hacer? Si me remonto unos años, muchos, ya encuentro en mí ese impulso fisgón y construccionista. Obligué a mi hijo a tener todos aquellos juguetes que pudieran colmar mi ansia por la arquitectura (fui expulsado de esa facultad por no ser capaz de aprobar ninguna de las asignaturas que se cursaban el primer año; mi decepción fue tan grande que abandoné los estudios por completo). Un exin-castillos, un excalestric, un mecano, etc. Todos aquellos que me permitieran construir algo en la vida. Y a fuerza de construir iba destruyendo mi matrimonio. Cuántas veces escuché decir a mi mujer que estaba harta de tener dos hijos. Mi hijo también acabó odiándome, sobre todo cuando llegada la hora de elegir sus estudios dejé de hablarle como medida de presión para que hiciese aquello de lo que yo no había sido capaz. Para convertirlo en mí, vamos. Para que supliese todas mis frustraciones y me sacase de una depresión que ya duraba más de veinte años. También mis pocos amigos dejaron de llamarme debido a mi, tan aburrida, afición.
Me despierto con ese mismo impulso todas las mañanas y soy incapaz de tomar el obligado café con tranquilidad. Siempre me abraso la boca y roo un trozo de pan, mientras bajo las escaleras, para mitigar el hormigueo de la lengua. Una vez en la obra (cualquiera de ellas, tanto da) suspiro con emoción y localizo rápidamente a todos los obreros. Les muestro con gestos aquellas operaciones que deben realizar. Al principio se lo toman con humor, pero debido a mi angustiosa persecución e insistencia pronto comienzan a mostrarse molestos. Los mejores momentos los paso cuando se presenta el técnico de obra. Yo sigo sus pasos por todo el perímetro del recinto sugiriéndole a gritos aquellos aspectos que me parecen relevantes. No me importa que me ignore, ni tampoco que siempre acabe amenazándome con llamar a la policía... Insisto, qué hago hoy en esta obra tan alejada de mi barrio. Intuyo que algo malo va a ocurrir. No se han hecho bien las cosas. Por más que le he dicho al arquitecto de que debe haber cometido errores en sus cálculos no me ha tomado en consideración. Nunca podrá decir que no le avisé. Tan sólo me queda esperar, con cierta tristeza, pero con la ansiedad de la merecida victoria, que se le desmorone esta megaloconstrucción futurista.

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