Dolor de cabeza, pájaros circulando con impunidad por entré las culebrillas neuronales, quizá está dormida. No
lo sé. Las ávidas aves picotean sus huesos como deseando escapar.
Picotean y duele. Tiene que doler, pienso. Debe ser una putada que se te metan pajarillos
en la cabeza y que, una vez ahí dentro,
quieran huir, y que no sepan dónde está la salida, y que, quizá por eso, te
picoteen los huesos causándote dolor;
un dolor que está dentro de ti pidiendo salir. Sé que penetraron por su orificio más caliente, los pajarillos, su sexo. Por esa cálida carne tan apetecible. Y todo por esa manía suya de amar.
Los pajarillos, ahora, la conocen
mejor que yo; han recorrido sus adentros, y quieren escapar, ¿por qué? ¿No es eso lo que querían? Estar
dentro de ella. Sé que está sufriendo, sin embargo no es capaz de juntar las piernas.
No podrán escapar, las paredes cálcicas son demasiado duras para esos diminutos picos rojos
como la sangre. Los romperán contra
ellas causando, únicamente, más dolor. Sus ojos me observan suplicando ayuda. Debo hacer
algo por ella, algo contundente. Es su mirada en blanco y negro la que me
convence de que tengo que abrir la jaula, seguir adelante. ¡Tanto la quise! Pero no la entendí. Esa necesidad suya... La mirada se pixeliza, se deconstruye
infantilizándose. Atemorizada pide perdón. Es en esos mismos ojos donde veo que ya es tarde;
demasiado tarde para nosotros. En esos mismos ojos en los que me veo reflejado
con miedo.
La cárcel ya está abierta, no existen los ojos inquisidores y la habitación se llena de pájaros de
colores que son ella.
Me encanta! Como siempre
ResponderEliminarMuchas Gracias, como siempre, Inma
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