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martes, 9 de abril de 2013

Officium


Me sumerjo, una enorme gota de agua cae sobre mí. Inundado, imagino que soy un insecto, cualquier insecto. Intento respirar, pero una capa invisible actúa como una lente y no me deja hacerlo. Es una lente y el sonido de la música no deja que se estabilice; tiembla. No se estabiliza y no puedo reconocer qué está ocurriendo. Qué sucede. Quiénes son esas personas. Por qué miran. Intento esconderme; creo que estoy desnudo.
Suenan las campanas, las mantillas, artesonados mozárabes de tela azabache, dejan pasar la luz tenue. Los rostros de ellas se me descubren más jóvenes de lo que imaginaba. Las campanas marcan el ritmo de la procesión como en un desfile militar. Baterías de piernas escondidas bajo seda negra desfilan ante mis ojos.
No es cierto que el agua hidrate, me duele mover los párpados. Se meten por una portezuela. Todas escondidas. Quiero seguirlas, pero me asusta que descubran que estoy desnudo. Lo estoy. El templo también tiembla. Las campanas amenazan con descolgarse. Y la luz se apaga en el interior; no veo nada. Dónde están todos. Suena un órgano y la madera chirría accionando sus resortes. Pienso que debe ser muy difícil hacer sonar ese instrumento. El agua sigue rodeándome, debería echar de menos al aire, pero no es así. No siempre las cosas ocurren como esperamos. La vida me ha enseñado que el tránsito por ella es un ejercicio de readaptación. Eso es, readaptación. Escucho una voz femenina acompañando las notas que salen escupidas de los tubos cobrizos de ese viejo instrumento. Soy una hormiga y curioseo anónimamente todo aquello que se me ocurre. Puedo escalar por esos hilos de seda y acercarme al sexo de cada una de las mujeres. Puedo averiguar a qué huelen sin necesidad de imaginarlo. Podría decir mucho de cada mujer sólo oliendo su sexo. La voz áspera de un hombre hace que sus nalgas se contraigan, les recrimina cosas que no han hecho y ni tan siquiera han llegado a imaginar. Este hombre ha roto el misticismo que envolvía el ambiente. Ellas se creen, ahora, culpables. Sus cuerpos se han secado como mis ojos.  Siento la necesidad de gritarles que todo es mentira, que no hay nada malo en ellas, que no soy una hormiga, pero unas manos, unos dedos, unas uñas me han atrapado. Presionan mi cabeza hasta el punto de creer que va a estallar. El agua se ha evaporado. La punta de un tacón presiona mis testículos. No siento dolor. Se levantan todas a una, a la voz de ¡ya! Se acercan al hombre, ahora silencioso y estático. Reparte algo. No sé qué es. Cojeo con disimulo hasta Él. Le suplico y después me quedo pegado en ese manto blanco y pastoso. Atrapado, igual que cuando la gota cayó sobre mí. Una a una van abandonado el templo sin mirarme; podría suplicar ayuda, pero no soy de esa clase de insectos. Todas las luces se apagan, aunque unas velas muestran qué va a ocurrir. Algo desciende de la pared, observa con detenimiento, vigila.  Ahora me doy cuenta que lo ha estado haciendo desde que entré. Su boca es enorme. Cerraría los ojos para no ver cómo me devora, pero están demasiado secos. Podría intentar convencerle de que sólo soy un insecto, aunque sé que no valdría para nada. La aceptación es algo que también he aprendido a lo largo de la vida.

1 comentario:

  1. Enigmático y surrealista, como es tu obra. Bueno. La foto es un espacio en blanco. Es así?

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