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martes, 19 de febrero de 2013

Parinesca (Cap.3)


Cómo le podía pedir algo así: fidelidad a la vida. ¿Se podía ser más egoísta? Eso era hacer una partida con las cartas marcadas, porque, qué posibilidad tenía ella de morir antes que yo, teniendo en cuenta que era muchísimo más joven. Veinte años no son muchos dijo el día que nos conocimos en aquel cementerio. Yo dejé a mi familia por ella y creía que un acto de amor tan sincero merecía ese tipo de fidelidad. La verdad es que pasamos unos años muy buenos en Barcelona, pero desde que me diagnosticaron la enfermedad todo había cambiado. La operación y esa necesidad mía de esconderme de todo el mundo –en realidad a quien quería esconder era a Natalie- nos condujo a Maluengo. Sólo era cosa de tiempo que ella desease cubrir sus necesidades sexuales. Aquel chico que trabajaba en el supermercado, Juan, siempre le hizo gracia. Al principio yo pensaba que le miraba como al hijo que no teníamos, pero cuando le invitó a merendar a nuestra casa pude comprobar que estaba equivocado. Aquel día descubrí quién era Natalie, lo malvada que podía ser –me obligó a espiarles desde dentro del armario- y también que incumpliría la promesa. Los celos se me comían por dentro con más voracidad que el cáncer. Mientras era follada me sonreía a mí. Yo me obsesioné con renovar nuestra promesa. Estaba dispuesto a consentir con lo del armario si ella me juraba un final juntos. Ella siempre daba rodeos, abría una botella de champagne y se llenaba la bañera de agua caliente y sales. No podía escribir. La novela que tenía entre manos era la más importante de las que había escrito, pero, seguramente, sería la única que quedase inacabada.

Cuando estaba frente a un muerto su belleza inanimada me transportaba a un paraíso. Eliminar el tono gris de su piel no era un trabajo para mí; aunque en un pueblo andar pintando a la muerte era suficiente razón para que te marginasen.
Nunca tuve amigos. En el colegio todos huían de mí. Pasaba el día maquillando las muñecas de mi hermana y a la abuela; una enfermedad la había dejado postrada en una silla de ruedas. Teníamos una relación muy estrecha. El día que ella murió le pedí a mi madre que me dejase pintarla; como no lo hizo la maquillé a escondidas. Para mi madre, ese, fue motivo suficiente para echarme de su casa. Por aquella época D.Ernesto ya me había contratado para que hiciese algún trabajito de supervisión en el edificio. Los galones de portero me los fui ganando poco a poco. Luego lo de la funeraria; no sé muy bien cómo fue, pero de repente me vi desarrollando mi pasión: pintar cadáveres. D.Ernesto era el cacique de Maluengo; la mayoría de las tierras, los mejores edificios, la fábrica de camisas y la funeraria. No había familia en la que algún miembro trabajase para él.
Encerrado en una fría habitación de dimensiones reducidas, sin ningún tipo de decoración, con las paredes grises, junto a esas masas de carne, robándoles con un beso el último hálito de energía; esa se había convertido en la única razón de mi existencia. Y una obsesión: maquillar a mi madre.

No entendí la razón por la que Natalie se encaprichó de Juan –está bien, pero tampoco es para tanto. Creo que ella no sabía que yo les vigilaba desde la calle. Cuando entraban en el edificio, cuando salía, Juan, al cabo de unas horas. La imagen borrosa de ellos dos filtrada por las cortinas. Floren, el portero, me vigilaba a mí. Se colocaba bajo el quicio de la puerta y me miraba; me escrutaba. Sentía que era desnudada por él. Estaba segura que quería algo de mí; y yo necesitaba algo de él. Lo primero que tuve que hacer fue convertirme en la novia de Juan. Él me contó los secretos más íntimos de Natalie.

1 comentario:

  1. Bueno, seguimos esperando otra puesta en escena. Se tiene que "acotejar", todo este universo de personajes encontrados y extraviados en sus propias locuras. Bien por ti Ximo. Sabras hacerlo, no lo dudo.

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