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lunes, 21 de mayo de 2012

La prensa

En ocasiones me resulta difícil pensar que algo va a cambiar. Que algo va a cambiar a mejor, quiero decir. Intuyo que el único camino posible nos lleva a empeorar. Tampoco a un juicio final, pero sí a una situación cuasi insostenible. Siempre me reconocí como un escéptico. Y así, con mi escepticismo a cuestas, me dirigí hacia la consulta del médico. Andaba dándole vueltas a un artículo de Javier Cuervo que había acabado de leer. “Afloran los tacaños”,  “El tacaño está mal visto socialmente”,  “Dónde estaban los tacaños hasta ahora”, “Se camuflaban entre distintos grupos de resistencia a la imbecilidad sistémica del dispendio, entre los anticonsumistas- que en España son de raíz católica o de tallo comunista- y entre los ecologistas que acuñaron el discurso de la sostenibilidad”,  “Ahora los tacaños cantan en el coro de la austeridad” y finalizaba “Si afectan al cuidado del enfermo y al auxilio del desvalido, las medidas no son austeras sino miserables, en todos los sentidos, incluido el del perverso, abyecto y canalla.”
Una vez estuve frente a la consulta del doctor, me quedé observando a todos aquellos que esperaban que su nombre fuese mencionado, con desdén, por la enfermera. Encontré en sus miradas curiosas a más de un tacaño, pero uno de ellos llamó mi atención sobre los demás. Le miré de arriba abajo: primero su pecosa y morena calva, luego sus enormes gafas de pasta con espesas y nubladas lentes que ayudaban a esconder sus inmundicias y la mitad de su cara, finalmente su atuendo, la camisa a cuadros, el pantalón de tela fina y los mocasines negros. Rondaba los setenta, como casi todos los que allí estaban. Yo también me sentí observado por ellos hasta la desnudez.
Se encontraba leyendo el periódico cuando se le acercó un personaje con la clara intención de compartir, con disimulo, las noticias. El tacaño retiró las hojas unos centímetros. El otro arqueó su torso para acercarse a la prensa sin mover sus pies. El roñoso, sin accionar un músculo de la cara, siguió alejando las hojas. La cabeza continuó inclinándose buscando signos gráficos que interpretar. El mezquino no se inmutó. Cuando parecía que nada más podía ocurrir, el voluntarioso ladrón de noticias le comentó al avaro: “Al final a Sarkozy lo han echado”. El agarrado hizo como que no le escuchaba, a la vez que plantaba la prensa frente a la cara de su compañera de banco.
Salió el enfermero y, con un hilo de voz apenas audible, pronunció mi nombre. El doctor me preguntó por mis novelas y en poco tiempo estábamos hablando de la crisis y la desmotivación ciudadana. Le relaté lo que había presenciado en la sala de espera como si fuese algo revelador. No me entendió, lo vi en su cara. Debe ser difícil entender a un escritor- pensé. Nos despedimos. Me propuse no mirar al tacaño cuando pasase por su lado. Tenía el deseo de gritarle que él también era el culpable, pero no lo hice. Me limité a colocarme con disimulo a su lado e intenté leer alguna noticia.

2 comentarios:

  1. Los tacaños de la prensa y la tacañería social, buen retrato! Me ha gustado mucho esto:
    "Le miré de arriba abajo: primero su pecosa y morena calva, luego sus enormes gafas de pasta con espesas y nubladas lentes que ayudaban a esconder sus inmundicias y la mitad de su cara, finalmente su atuendo, la camisa a cuadros, el pantalón de tela fina y los mocasines negros. "
    Good!

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  2. Me alegra que te gustase Edu, es mi línea fisgona de la casposidad humana. Soy un ladrón de conversaciones de café, no puedo evitarlo. Me inspira ver el cutre que, a veces, casi todos llevamos dentro. Un abrazo

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