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lunes, 7 de mayo de 2012

El jugador

Le observaba en un rincón. No le esperábamos. Se presentó repentinamente y yo permanecí en silencio, escuchando con nerviosismo mi propia respiración y el latir desordenado del corazón. Su andar decidido me desasosegaba. Lanzó la mochila al suelo, levantó sus pantalones apretando, un punto más, el cinturón por encima del ombligo. Impulsivamente puso sus manos sobre el cuerpo de ella. La miró con deseo y desprecio. En la misma medida. Le apretó con fuerza la cintura mientras la punta de su lengua relamía las pequeñas gotas de sudor que brotaban de su porosa piel. Sin dejar de tener una mano encima de su frágil pecho, con la otra se atusó el cabello blanquecino hacia atrás. Respiró con fuerza mientras sus dedos recorrían, de memoria, todos los recovecos de su cuerpo. Jadeaba con inquietud. Intuía que yo le observaba, por lo que no dejaba de girarse.
No sé si está muy bien reconocerlo, pero me sentí excitado. Capturado por esa inexplicable fogosidad. Ella gemía tímida y estática, como lo hacía con todos sus clientes, impasible a los golpecitos que él le iba propinando con la palma de la mano.
Me miraba. Descaradamente me mitraba mientras yo permanecía oculto en mi silencio, avergonzado por no tener el valor de salir de la quebradiza mampara que me protegía.
Siguió a lo suyo con una sonrisa de complacencia. Moviendo su cintura. Golpeando. Buscando un grito de satisfacción que le hiciera sentir mejor, más hombre.
Los ojos de ella chispeaban mientras él le introducía, por la ranura, otra moneda de un euro; buscando un triple siete que la hiciera, de una vez por todas, jadear.

3 comentarios:

  1. Sonrisa de complicidad, me gusta!

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    1. JA, gracias Inma. El personaje existió, lo demás salió de mi cabeza, creo...

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  2. Esa cabeza cuenta con recursos literarios inquietantes. Genial leer tu blog, Ximo

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