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lunes, 9 de mayo de 2011

PALABRA DE DIOS




Y por obra de Dios y con la inestimable ayuda de Benedicto XVI (de bien nacidos es ser agradecidos), llegó la beatificación exprés de Juan Pablo II (en adelante Jotapé), el mismo Jotapé que fue tildado, por integrantes progresistas de la iglesia, como intolerante y autoritario.
Y digo exprés porque es la primera vez en la historia de las beatificaciones que un Papa lo hace con su antecesor (beatificarlo, quiero decir).
Recordemos que los cuatro escalones de la canonización son: siervo de Dios, venerable, beato y santo. Para los dos primeros poco hace falta, ser una persona pía en su fe y haber tenido una vida conforme al evangelio. No así para los otros dos en los que ya hace falta algún que otro milagrito.
Es un alivio saber que el milagro en cuestión no lo realiza el futuro santo (sería para ponerse a temblar) sino que lo hace Dios en su nombre, o en su memoria ya que el milagro debe realizarse cuando el santificable ya está muerto.
El proceso debe ser como sigue: alguna persona enferma debe sanar milagrósamente y además testificar que lo ha hecho pidiendo previamente su sanación al muerto. Una vez confirmado todo esto ya tenemos milagro y por ende beato. No debe ser tan fácil porque fueron necesarios doscientos casos hasta encontrar a la hermana Marie Simon, aquejada de Parkinson, que sanó inexplicáblemente para la ciencia.
Y es que la beatificación de Jotapé, cuanto menos ha sido polémica por varias razones: la primera por la forma infalible de conducir a los teólogos que disentían del magisterio eclesiástico y la segunda por la complicidad, amparada en el silencio, que demostró con los casos de pederastia que salpicaban a la Iglesia (recordemos el caso de los legionarios de Cristo y de su fundador y amigo de Jotapé, Marcial Maciel).
El camino hacia la santificación es imparable. Cuando se encuentre un nuevo milagro que acontezca una vez beatificado, osea a partir del 1 de Mayo de 2011, ya tendremos nuevo santo: San Jotapé.
Para no ser del todo injusto, tendría que decir que algo sí que hizo bien Juan Pablo II, y esto fue pedir disculpas por la injusticia cometida con Galileo Galilei allá por 1633.

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